El piloto hizo una de esas carreras en las que en la primera vuelta ya le sacaba un segundo al siguiente y continuó así hasta acabar la carrera con una página en la historia, cientos de entrevistas, una botella de champán y el beso de dos azafatas por delante del segundo clasificado.

“Una exhibición” dijeron al unísono los locutores de todas las televisiones que tiraban de tópicos para hablar de la mejor carrera de la temporada. Y es curioso que se le llame así, porque si se mira desde el punto de vista del espectador, cuanto mejor lo hace el piloto que va en cabeza, más aburrida es la carrera. Un tostón.

Mike Doohan en el 97 y Valentino el mismo año en 125 sabían que iban a ganar la carrera antes de comenzarla. Una exhibición. Las carreras eran como ese champán que se derrama para celebrar una victoria y que no sirve para nada. El mismo Doohan lo decía: “Me aburro”, como sugiriendo que él no tenía la culpa, sino que era de los pilotos que se habían retirado o de Crivillé, que aún no había llegado. Y sin embargo aquí estamos dedicando este número a las exhibiciones, porque por mucho que nos aburran en las carreras, en la vida cotidiana las exhibiciones nos gustan. Tenemos un artículo de Javier carro que lo demuestra biológicamente o uno de Bárbara Blasco. Y también tenemos uno artículo sobre “Sturgis” o “Daytona beach” como epicentros de la exhibición motera y la razón por las que se inventaron las motos “Café racer” que fue cómo no, exhibirse. Exhibirse y montar en moto es un pleonasmo, tan claro como lo vi con mis propios ojos, por eso este número va dedicado a eso. Espero que lo disfrutéis.