- Persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordinaria, especialmente si requiere mucho valor.
- Personaje principal en una obra literaria o cinematográfica, especialmente el que produce admiración por sus buenas cualidades.
En estos tiempos de la llamada postverdad los héroes se han quedado relegados a las películas de cine y alguna serie. Y ya no hay tantos héroes como superhéroes con superpoderes, valerosos individuos que nada tienen que ver con un hombre común, que se ve envuelto en una situación anormal y la afronta con inusitado heroísmo.
Pero a veces, pocas, sucede. En ocasiones excepcionales, y ante el terror, aparecen seres humanos con mucha más importancia social y cultural que las de un señor con mallas y cachivaches tecnológicos. PRIMER EJEMPLO: recientemente supimos de un hombre llamado Arnaud Beltrame. Arnaud tenía 44 años y era teniente coronel, para más señas. Este gendarme tomó una drástica decisión vital: se prestó a cambiarse por la mujer a la que un terrorista, un tal Lakdim, retenía al hacerse fuerte en el interior del establecimiento Super U de Trèbles, a muy pocos kilómetros de la ciudad de Carcasona.
Cuando, tras un disparo del captor, sus colegas del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional entraron al asalto
en el supermercado, Beltrame ya estaba en situación crítica.
“Caído como un héroe, Beltrame había mostrado un valor y una abnegación excepcionales y merece el respeto y la admiración de toda la nación”. Esas fueron las palabras del presidente Emmanuel Macron.
Si nuestros vecinos jamás olvidarán el acto heroico de este gendarme, los españoles tampoco olvidaremos al famoso héroe del monopatín, Ignacio Echeverría. SEGUNDO EJEMPLO: Echeverría era un español de 39 años que vivía y trabajaba en Londres y regresaba de patinar con sus amigos, cuando se encontró cara a cara con los terroristas que acababan de atacar la ciudad. Echeverría fue testigo de cómo un hombre estaba atacando a una mujer en el Mercado de Borough, cerca del Puente de Londres. Sin dudarlo dos veces, Echeverría corrió a socorrerla. Su única arma era un monopatín.
TERCER EJEMPLO: en España también fuimos testigos del arrojo y el corazón de Harry Athwal, turista británico de también 44 años que se hizo famoso en todo el mundo por su actitud con un niño atropellado en las Ramblas. Athwal, de Birmingham, estaba en el balcón del primer piso de un restaurante de las Ramblas cuando sucedió el tristemente famoso atentado con furgoneta. Tras pedir a sus amigos que no se movieran del establecimiento, bajó a ayudar. Corrió directamente a socorrer a un niño. Le tomó el pulso y no tenía. Puso su mano sobre su espalda y pensó que se había ido. Le acarició el pelo y se llenó de lágrimas, pero se quedó con él. “Me senté allí porque no iba a dejar a ese niño en medio de la calle”, declaró más tarde. Aunque la policía desplazada a la zona le pidió varias veces que abandonara el lugar porque la confusión y el pánico eran absolutos y los terroristas podían regresar en cualquier momento, Athwal se negó en redondo a dejar al niño.
Fue contundente al respecto: “Se parecía a mi propio hijo. Era de su misma edad, unos siete u ocho años. Nunca vi su rostro, pero me consuela saber que tenía a alguien con él”. Increíble.
CUARTO EJEMPLO: el héroe de la scooter, como lo bautizaron los medios de comunicación franceses, se llama Franck. En otra decisión instintiva como las de Beltrame, Echeverría o Athwal, Franck se montó en una scooter y con ella persiguió a un camión de 19 toneladas, con el que se perpetró el atentado de Niza. Su intención era alcanzarlo con la moto, subirse al camión, pararlo y acabar con el terrorista que lo conducía. Casi nada.
La noche de un 14 de julio Franck conducía su moto por aquellos palacios, hoteles, casinos y lujosos pisos del Paseo de los Ingleses, uno de los lugares más emblemáticos de Niza, famoso por sus bancos azules y sus pérgolas. Lugar de reunión para los amantes de los patines, el Paseo de los Ingleses, donde siempre se disfruta de una ligera brisa marina, también es un lugar ideal para el jogging y la bicicleta al tener un largo carril bici.
Aunque la zona es muy famosa por el carnaval de Niza y las batallas de flores, esa noche tocaba fuegos artificiales. Pero Franck y los suyos llegaron tarde a los fuegos y se perdieron. Paseaban con su moto y le dijo a su mujer que todavía podían ir a tomar uno de los famosos helados del paseo.
En ese mismo momento, centenares de personas volvían de la playa. Acababan de ver los fuegos artificiales por la fiesta nacional francesa y paseaban relajadamente por el paseo. Fue entonces cuando vio aparecer el infausto camión a su derecha y por la acera. Franck, en su moto, no daba crédito, no entendía nada. El vehículo iba por lo menos a noventa kilómetros por hora, pensó.
La escena era dantesca. La gente atropellada salía despedida por todas partes. Gritos, confusión, horror. El camión torció hacia la carretera y redujo su velocidad a la mitad. Conducía mitad por la acera y mitad por el asfalto. Entonces Franck se acordó de su hijo, que estaba en la plaza Massena, al final del Paseo de los Ingleses, y empezó a perseguirlo, con su mujer detrás. Pero Franck no dudó en ir a por todas. Le dijo a su mujer que se bajara de la moto y empezó a perseguir al blanco y enorme camión conducido por un hombre llamado Mohamed Lahouaiej.
Para alcanzar al camión con su scooter, Franck manejó con asombrosa destreza su moto. Y gritaba dentro de su casco hasta casi perder la voz, desesperado, lleno impotencia y rabia. Como él mismo confesó, le gritaba a la muerte mientras aceleraba. Estaba totalmente decidido a ir hasta el final, pasase lo que pasase, aunque eso significase dejar viuda y huérfanos. Hasta tuvo tiempo de pensar en su pobre moto una vez que logró alcanzar la cabina y la arrojó contra el camión para frenarlo.
Consiguió colgarse de la puerta y se subió al escalón. El terrorista tenía la ventana abierta. Y entonces empezó a pegarle con todas sus fuerzas, con una energía animal, algo que no había vivido jamás. Le pegaba una y otra vez con su mano izquierda a pesar de que es diestro. Un puñetazo tras otro en la cara.
Lo que más le sorprendió a Franck es que el conductor suicida no decía una sola palabra, nada.
Soportaba cada embestida sin rechistar, parecía de goma.
El único pensamiento de Franck en esos segundos fue hacerse con el volante para detener el camión o desviarlo. Sacar a Lahouaiej de la cabina parecía imposible. Además, vio que tenía un arma en la mano. Lahouaiej la recargó y le disparó, pero no le funcionó. La fortuna (un milagro) volvió en esos segundos en los que la mirada del terrorista seguía fría, inexpresiva, como la de un maniquí. Entonces el terrorista le golpeó con la pistola en la cabeza y cayo un
peldaño en las escaleras del camión, pero subió de nuevo con una energía sobrenatural y empezó a golpearlo de nuevo, sin parar. Franck seguía dispuesto a morir si era necesario. Otro golpe en la cabeza con el arma hizo que Franck se cayese, momento que la policía aprovechó para acribillar a Lahouaiej.
El final de esta historia de impresionante valor se resume en una mano izquierda dolorida, una costilla rota, puntos en la cabeza, dos grandes hematomas en la espalda y seguramente cientos de vidas salvadas por un héroe real, no como los de las películas.
Fuente foto Destacada (esta foto ha sido recortada sobre la original): Licencia CC Attribution-Share Alike 4.0 International; Autor: Amadalvarez
Fuente foto Barcelona: Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: xlibber
Fuente foto Niza: Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: Oganesson007
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