¿Algo de valor que declarar? Yo he sido cobarde toda mi vida, así en general, tal vez por ello, me he visto obligada a acciones absurdamente valerosas.

Como decía Fernando Rey, “he sido tan vago que he tenido que trabajar mucho toda mi vida para disimular”.

El valor en moto se presupone, en la aduana o en cualquier sitio. Claro que es un valor más bien burraco, un tanto temerario, más salvaje que Marlon Brando y más tranquilo que John Ford.

Y sin embargo, fuera del imaginario colectivo, en ese reverso de barro llamado vida, el valor consiste muchas veces en saber frenar, más que en acelerar, en aguantar en esa larguísima recta, erguido y con dignidad, más que en tumbarse a fondo en una curva y acelerar hacia el infinito.

Para mí, el valor sobre una moto lo encarna sin duda, El Ranita, que se aferró a las dos ruedas como a un dios ausente, mientras soplaban vientos de infortunio. Y puedo demostrarlo.

Prueba de valor número 1

Fernando González de Nicolás, conocido como El Ranita por su capacidad para dominar la moto con la pista convertida en charca por la lluvia, nació pobre y en Vallecas, lo cual no es desgracia ni mérito, sino un paisaje como otro cualquiera. Nació también con un corazón más grande de lo normal, lo cual no es cursilería sino una malformación anatómica y real que le ocasionó más de un trastorno de salud.

Quiso la casualidad que se juntara desde bien chico con el gran Ángel Nieto, también conocido como el Pollero por la profesión de sus padres. Con él se picaba con la bici mucho antes de picarse con las motos trucadas, en esas carreras clandestinas en la Cuesta de la Vega en las que ansiaban dejar atrás aquella España esclerótica de los años 60. Llamaron la atención de las grandes marcas, pero sus carreras transcurrieron de forma muy distinta: mientras Ángel alcanzó la gloria, bendecido por la suerte desde sus inicios, a El Ranita le tocó observar con fastidio cómo la moneda caía del lado de la cruz, una y otra vez.
Y sin embargo, fueron amigos durante toda su vida. A pesar de la cruel arbitrariedad del destino, Ranita permaneció siempre al lado del Pollero, que es como permanecer al lado de todo lo que pudiste ser y no fuiste: ahí está el valor.

Prueba de valor número 2

Cuando la carrera de Ranita despuntaba- corría el año 73- sufrió un gravísimo accidente camino de una concentración motera en Zaragoza. A la altura de Calatayud tuvo que tomar un desvío imprevisto hacia el hospital, señalizado de forma trágica. Le extirparon el bazo, un riñón y un trozo de hígado, a cambio de dejarle seguir con vida.

No pudieron extirparle el deseo de moto voraz, no lo encontraron en la sala de operaciones, tan extendido estaba por todo su cuerpo, infiltrado entre sus fluidos y tejidos vitales.

Ranita había nacido con anticuerpos resistentes al virus de la cobardía.

Aquel anticuerpo recosido de parte a parte que abandonó el hospital, conservaba intacta la pasión por correr.

Prueba de valor número 3

Ranita venía de puntuar en Argentina, las cosas le iban bien, pero su patrocinador le comunicó que no le incrementaba la ayuda económica. De entre todos los vicios caros, sin duda el más caro es el de las motos.

Encajó mal la noticia, había pedido una máquina nueva y veía que los buenos resultados conseguidos estaban a punto de esfumarse.

Coincidía por las noches con un francés en el Ménage à trois -ni falta hace explicar el tipo de establecimiento- que le propuso la solución perfecta a sus problemas. Al menos, se veía perfecta a través del cristal de vaso ancho del whisky. Ranita y el francés atracaron la sucursal del Banco de Valencia del barrio de Salamanca, y se llevaron 3,1 millones de pesetas. En la huida, cada uno corrió en una dirección opuesta. Ranita por supuesto hacia la cruz en forma de patrulla policial. Solo a él lo cogieron.

Le dedicaron más artículos en prensa que por todas las competiciones que había ganado. Y lo mandaron a Carabanchel, donde montó la primera carrera de minimotos disputada en una cárcel.

En esta ocasión, al valor de permanecer contribuyeron sin duda los barrotes.

Prueba de valor número 4

Ranita vendió sangre, cuando la sangre tenía un precio, para inyectársela a su Bultaco Metralla.

Ejerció multitud de oficios, todos ellos terminados con la desinencia moto en su mente.

Hasta vendió su piso, su seguro de jubilación, para invertirlo en mejorar su máquina.

Errol Flynn decía que todo hombre que muera con más de diez dólares en el bolsillo, es un imbécil.

Ranita nació pobre y resistió pobre hasta el final, para lo cual son necesarias, sin duda, grandes dosis de valor.

Prueba de valor número 5

En los inicios de su carrera, cogía una furgoneta y atravesaba Europa hasta Finlandia, o hasta donde hiciera falta, sin saber siquiera si le iban a dejar competir. En el final, también.

Tras su grave accidente, a Ranita le costó 6 años que le dejaran volver a competir con aquel cuerpo remendado. Mantuvo una larga batalla contra los federativos, que le negaban una y otra vez la licencia para correr por su incapacidad física.

Y cuando no pudo subirse a una moto, se subió a un coche y ganó.

En Aragón, le dijeron que las motos de más de ocho años como la suya no podían participar.

No sabe ni a mucho ni a poco lo conseguido: subcampeón de España en 125, en 250, de resistencia, de Superbikes y de la Fórmula 1430 y la 1800 en la categoría de coches en los años que no pudo correr en motos.

En Valencia, se clasificó para los entrenamientos y cuando estaba a punto de salir le llegó un comunicado de la Federación que prohibía a los pilotos mayores de 55 años tomar la salida.

Buscó al director de carrera, un holandés, y le colocó un brutal gancho sin mediar palabra. Un gancho español.

Evidentemente, esto no implica valor alguno, pero estar ahí, con más 55 tacos y con todas las ganas de correr intactas, sí.

El Ranita es el único piloto de la historia del motociclismo que ha participado en pruebas del Campeonato del Mundo de Velocidad de 50, 80, 125, 250, 350, 500 y 750 centímetros cúbicos.

A pesar de tener en casa el catálogo de adversidades, que ojeó sin descanso, logró mantenerse toda su vida encima de una moto, como quien pasea sin prisa sobre el filo.

Iba para leyenda nacional -dicen- de no haber tenido ese accidente, pero se quedó en leyenda popular, de las que trascienden en susurros, de boca en boca en el bar, haciendo enmudecer al personal, con una mezcla de admiración y espanto.

Se dio en él, eso que sólo sucede apretando los dientes en soledad, allí donde el tiempo se expande o se contrae según la medida del coraje.

Estuvo dispuesto no sólo a morir sobre una moto, sino a sobrevivir, incluso a malvivir sobre ella, habrase visto valor.

 

Fuente foto Bultaco: Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: j.nak

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