Pero en esa clasificación falta el más nuevo de los subgéneros: el de las pandillas americanas de moteros de enduro. Hace sólo unas semanas, quince motoristas de enduro y de quads rodearon un coche en la autopista 101 de San Francisco, lo golpearon, rompieron sus retrovisores y “apalizaron” a su conductor, de 35 años, cuando éste se detuvo para enfrentarse a los atacantes. El ataque fue grabado en vídeo por varios conductores y otros motoristas y finalizó cuando los pandilleros le rompieron la pierna a su víctima.
No es un incidente aislado. Hace cuatro años, en Nueva York, una pandilla de motoristas, también de enduro, arrastraron fuera de su vehículo a Alexien Lien, de 33 años, le golpearon y acuchillaron en la cara. El problema había empezado en realidad unos minutos antes, cuando el grupo, formado por unas cincuenta o sesenta motos, rodeó el coche de Lien y lo acosó para que se detuviera, en una maniobra de intimidación habitual en este tipo de pandillas. Poco antes le habían rajado las ruedas.
Cuando Lien, que viajaba con su mujer y su hija de dos años, se vio rodeado por los motoristas, arrancó y atropelló a uno de ellos. Los motoristas le siguieron durante más de seis kilómetros hasta que consiguieron que detuviera el vehículo. Una vez parado, golpearon con sus cascos la ventanilla del conductor y también la trasera, donde viajaba su hija, hasta que lograron abrir la puerta, arrastrar fuera del coche a Lien y “apalizarlo”.
Once motoristas, entre ellos un detective del Cuerpo de Policía Nueva York de incógnito, fueron detenidos tras el incidente. Como en el caso anterior, el vídeo de la persecución puede encontrarse fácilmente en Youtube.
Las pandillas de enduro, que en el imaginario colectivo han sustituido a los Ángeles del Infierno, los Mongols y los Outlaws, se han convertido durante los últimos años en uno de los problemas recurrentes de la policía de no pocas ciudades estadounidenses. Hasta el punto de que un diario tradicionalmente moderado y respetuoso como el Washington Post se ha atrevido a afirmar en uno de sus artículos que el cociente intelectual de estos motoristas “coincide frecuentemente con el número de ruedas de sus motos”.
Las pandillas de enduro no son estables como los viejos gangs ni suelen compartir vestimenta, símbolos distintivos o las mismas marcas de motocicletas. Frecuentemente se forman durante un solo día, tras una convocatoria por sorpresa en alguna red social y se disuelven con la misma rapidez y sin que sus miembros sepan en realidad mucho acerca de la vida y milagros de sus compañeros de pandilla. ¿La motivación final de esas reuniones? Provocar retenciones, hacer caballitos, quemar goma, conducir en contradirección, molestar e intimidar (frecuentemente sin mayores consecuencias) a conductores y ciudadanos, y, al final del día, colgar los vídeos de la hazaña en Youtube.
Esa rapidez y el anonimato posterior dificultan la labor de la policía, que también debe lidiar con el hecho de que la mayoría de las molestias provocadas por estas pandillas no tienen muchas veces la entidad suficiente como para justificar una persecución a toda velocidad por las calles de una ciudad o la utilización de helicópteros. Mucho menos para detener la carrera de una de esas motos embistiéndolas con el coche patrulla (lo que sí suele hacerse en el caso de delitos bastante más graves). Los bloqueos y controles policiales de tráfico, por su parte, suelen castigar a inocentes por pecadores y resultan ineficientes contra motoristas capaces de escapar por carreteras secundarias o campo a través y que tapan sus matrículas para evitar ser identificados. La prohibición de perseguir motos se remonta a 1999, cuando un motorista de enduro murió tras ser perseguido por la policía.
A esas pandillas se unen en ocasiones conductores de vehículos todoterreno. Como en la autopista de Beltway, en Washington, en diciembre de 2015, cuando entre cincuenta y ciento cincuenta motos y todoterrenos colapsaron la calzada con sus caballitos y sus carreras ante a la impotencia de cientos de conductores que esperaron en vano la llegada de la policía. Cuando ésta logró abrirse paso hasta el punto donde se había concentrado la pandilla, todos sus miembros habían desaparecido ya.
“Fue surrealista. El tamaño de la concentración. Transmitía una extraña sensación de… ciudad sin ley”, dijo una de las testigos, que le pidió a su marido que bloqueara las puertas de su Toyota Prius cuando los motoristas se acercaron a él. Uno de los motoristas dijo que la concentración (llamada Fun Day Sunday, Let’s Everybody Ride) transcurría pacíficamente y “dentro de los márgenes de la ley” cuando se unió a ella un grupo de moteros de Baltimore, que fue el que inició la quema de goma y las carreras en contradirección. “Estaba siendo divertido hasta que aparecieron ellos para grabar sus vídeos”.
Es bastante probable que esos “motoristas de Baltimore” fueran los Baltimore’s Twelve O’Clock Boyz, una pandilla de aproximadamente cien motos que ha tenido el honor de ser la primera en contar con su propio documental (Twelve O’Clock in Baltimore, dirigido por Lefty Nathan). En una entrevista concedida a la revista Vice, Nathan explica que la pandilla, formada exclusivamente por chicos negros de clase baja, no tiene mucho más objetivo que impresionar a las chicas. “Es una tendencia más basada en el conductor que en la moto. Se trata de desinflar un poco la rueda trasera y mantener el caballito durante el máximo tiempo posible. Algunos ciudadanos de Baltimore creen que esos chicos intentan aterrorizarles. Otros creen que son asquerosos y otros creen que son fantásticos”. Y añade: “El objetivo es sentirse ilegal. El atractivo radica en la persecución y el peligro. La alternativa es conducir esas motos en la montaña. Y eso no resulta nada atractivo comparado con esto”.
Fuente foto Pandilleros: Licencia CC Attribution-Share Alike 4.0 International; Autor: Og rahim rashad
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