De todas las sorpresas que uno puede llevarse cuando visita Nueva York ninguna supera a la del número 77 de la East Third Street en el barrio del East Village. Porque allí, en una acera sin mayor chiste ni interés, se encuentran los únicos quince o veinte metros de aparcamiento perpetuamente libre de todo Manhattan. En una ciudad en la que un metro cuadrado de miserable aparcamiento callejero se paga a precio de metro cuadrado de ático de lujo, esa parcela vacía frente al número 77 de la East Third Street pasa desapercibida para los cientos de vecinos que la ignoran a diario, vista al frente, mirada fija en el horizonte, como si fuera la novia del mafioso más perturbado de la zona.
Pero miento. En esas plazas vacías sí hay algo. Un puñado de solitarios conos naranjas. ¿No les pica la curiosidad el por qué?
Como ocurre siempre en Nueva York, la clave del misterio suele esconderse en las páginas del New York Post, un diario sensacionalista que conoce mejor la ciudad que el mejor de los periodistas del New York Times (un medio mucho más prestigioso que su hermano amarillo pero también más pijo e ignorante de lo que ocurre por debajo de la planta treinta de los rascacielos del Distrito Financiero).
Por el bien de la historia y con el sano objetivo de captar la atención del lector he decidido callarme un detalle relevante en el primer párrafo de este artículo. En el número 77 de la East Third Street en el barrio del East Village se encuentra la sede neoyorquina de los Hells Angels. Y ese cono naranja (que a veces los Hells Angels sustituyen por un caballete) tiene como objetivo delimitar la zona de aparcamiento exclusivo para los clientes del local. Por supuesto, de forma ilegal.
Ilegal aunque incontestada. Ni los Hells Angels han pagado el permiso que les permitiría usar en exclusiva esa parte de la calle ni ninguno de los vecinos ha osado nunca reivindicar el principio de legalidad aparcando ahí su coche o su moto. Mucho menos tocar uno solo de los míticos conos naranjas.
Pero eso era así hasta el domingo 11 de diciembre del año pasado, cuando David Martínez, de veinticinco años, pasó por esa calle a la 01:20 de la madrugada en un Mercedes-Benz conducido por un amigo. Un coche de alquiler bloqueaba la calle y la única manera de esquivarlo era moviendo uno de los conos. David Martínez bajó del coche, se dirigió hacia el cono y lo movió un metro hacia la derecha. Hoy, seis meses después, aún se arrepiente de ello.
EN EL NÚMERO 77 DE LA EAST THIRD STREET EN EL BARRIO DEL EAST VILLAGE SE ENCUENTRA LA SEDE DE LOS HELLS ANGELS. LOS CONOS NARANJAS EN LA CALZADA DELIMITAN SU ZONA DE APARCAMIENTO, POR SUPUESTO, ILEGAL.
Un Hell Angel con la insignia del grupo salió del local y caminó en dirección a Martínez. “No toques ese cono”, le dijo. Martínez no pareció entender la orden y empezó una discusión con el Hell Angel mientras los tres amigos que viajaban con él salían del Mercedes-Benz y otros tantos Hell Angels se arremangaban las cazadoras.
Como es fácil imaginar, allí se lío la mundial.
En un momento de la pelea a guantazo limpio, uno de los Hell Angels cayó al suelo, desenfundó una pistola y disparó en el abdomen a Martínez. La bala se incrustó en su columna.
Los amigos de Martínez lo trasladaron de inmediato al hospital Bellevue. Por suerte para él, la herida no era mortal y aunque tuvo que pasar por quirófano era improbable que le quedasen secuelas. Mientras tanto, la policía había llegado al lugar de la trifulca para interrogar a los Hell Angels y a cualquier vecino que hubiera podido ver algo. Pero allí todos parecían haberse vuelto mudos de repente.
Tras visionar las cintas de las cuatro cámaras que los Hell Angels tienen en el exterior del local, la policía de Nueva York inició la búsqueda de tres sospechosos. Uno de ellos, el tirador, llevaba botas negras, tejanos, una sudadera roja y una chaqueta tejana. Es todo lo que pudieron averiguar los agentes porque los Hell Angels, como es su costumbre, se negaron a hablar con la policía. “No son cooperativos. Nunca lo son. Son unos capullos. No van a entregar a uno de los suyos”, declararon al New York Post un par de policías encargados del caso.
“NO SON LA GENTE MÁS SIMPÁTICA DEL MUNDO”, DECLARÓ UN POLICÍA JUBILADO QUE PATRULLÓ EL BARRIO DURANTE VEINTISÉIS AÑOS. “PERO LO CURIOSO ES QUE EN SU MANZANA CASI NO HABÍA DELITOS.»
Cuando a la policía se le acabó la paciencia empezó la guerra psicológica. Un día treinta agentes aparecieron en el club y bañaron en multas a todos los que se encontraban allí con las excusas más ridículas. Pero los Hell Angels no abrieron el pico.
Finalmente, la policía arrestó al autor del disparo. Es Anthony Iovenitti, de 52 años, que estaba a punto de ser aceptado como miembro de los Hell Angels. “Esto no va de una guerra por los conos”, le dijo al juez el abogado de Iovenitti. “Martínez le había pegado una patada en la cabeza a mi cliente y estaba a punto de hacerlo una segunda vez”. Quizá la explicación de su abogado sea cierta, pero el historial de Iovenitti es de los que merecen marco: ha sido arrestado seis veces y en la última de ellas, en octubre, se peleó con un hombre que acabó golpeando la cabeza con un boca de riego metálica tras un empujón suyo.
“No son la gente más simpática del mundo”, declaró al New York Post Don Muldoon, un policía jubilado que patrulló el barrio durante veintiséis años. “Pero lo curioso es que en su manzana casi no había delitos. De vez en cuando, eso sí, encontrábamos a alguien inconsciente en la calle. Pero siempre era alguien de cuestionable fibra moral”.
Parece ser que Martínez no fue el primero que le tocó el cono a un Hell Angel.
Fuente foto Honda: Licencia CC Attribution-Share Alike 4.0 International; Autor: Beyond My Ken
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