Induráin se guardaba para el Tour, así que era la vuelta de los Perico Delgado, Laudelino Cubino, Melchor Mauri, Alex Zülle, Djamolidine Abdoujaparov, Tony Rominger, y Johan Bruyneel.
Eran tiempos en los que las grandes emisoras de radio, siguiendo los pasos de la Antena 3 del irrepetible José María García, hacían un enorme despliegue para cubrir la carrera con helicópteros, conexiones cada hora y largas retransmisiones en directo de los últimos kilómetros.
Mi misión como técnico de cabeza de pelotón de Onda Cero era encontrar una conexión segura a través de la que los coches que estaban dentro de la carrera pudieran conectar con la emisora. Ya existían móviles, aquellos primeros “ladrillos” de Motorola, pero la red de cobertura era precaria y la calidad también, de manera que nuestro cometido era encontrar un teléfono fijo para “pinchar” y conectar con seguridad. La nuestra era también una carrera contra el crono, la de encontrar cada hora un teléfono que intervenir, fuera en un bar, una cabina en la calle (normalmente imposibles de pinchar) o en la casa de alguna buena alma de dios que nos dejara usar su aparato a cambio de unas camisetas y agradecimiento eterno. Íbamos siempre por delante de carrera, minutos antes de que las carreteras estuvieran cortadas al tráfico para permitir el paso de los ciclistas. Y así cada hora, evitando ser cazados por el pelotón pero sin alejarnos demasiado para que la enorme antena que llevaba nuestra moto pudiera enlazar con los coches y motos de carrera.
Es usted un incompetente… Y como me considero una persona de vocabulario preciso, decidí completar aquella frase con una definición de la RAE que para mí era más ajustada: …y un g*********.
El caso es que en aquella etapa llana aparentemente sencilla camino de los campos de Castilla, el informativo de las 13:00 llegaba y nosotros aún no habíamos localizado un teléfono en la campiña manchega. En un cruce de carreteras secundarias Freddy, el piloto y yo decidimos volver sobre nuestros pasos y retornar al pueblo que acabábamos de dejar atrás. Un giro en U en medio de la nada, sin tráfico, con el púbico ya esperando el paso del pelotón y la Guardia Civil lista para acabar de cortar el tráfico. Un giro en U desdichado que casi casi nos cuesta acabar en el cuartelillo. Al hacer el giro, un extremadamente celoso guardia civil al que habían encargado vigilar el cruce, nos detuvo indicándonos que habíamos hecho un giro prohibido y solicitándonos los papeles. Quedaban apenas 10 minutos para encontrar un teléfono e intervenirlo, y los nervios estaban a mil.
El benemérito decidió no impresionarse por nuestra moto de enormes maletas y logotipos ni por nuestras apresuradas explicaciones “múltenos pero déjenos ir” y tras indicarnos nuestra infracción procedió con pompa y parsimonia a extendernos una multa. Cinco eternos minutos de impotencia pensando en salir corriendo para encontrar el dichoso teléfono.
Finalmente, cuando recibimos la multa y antes de salir como un rayo camino del pueblo, abrí el frontal de mi casco modular y mirando al guardia le dije: “Es usted un incompetente…”. Y como me considero una persona de vocabulario preciso, decidí completar aquella frase con una definición de la RAE que para mí era más ajustada: “… y un gilipollas”. Freddy aceleró sin esperar a la reacción del agente que quedó atrás gesticulando con el típico gesto de extender una multa con un boli imaginario. Afortunadamente no respondí con ningún gesto adicional (a mi mente vinieron peinetas y cortes de mangas varios), y por un minuto, con el frío sudor de la adrenalina recorriendo nuestra frente, cumplimos la misión.
Al llegar a meta al final de la etapa el incidente ya era comidilla del pelotón, y el capitán del destacamento especial de la Guardia Civil que cuidaba de la seguridad durante toda la vuelta vino a nosotros. No hay nada peor que un agente de la ley y el orden enojado para dar con tus huesos en el calabozo por una noche, así que ese hubiera sido el momento perfecto para marcar el 902 152 122 y pedir asistencia legal inmediata al abogado de mi Al llegar a meta al final de la etapa el incidente ya era comidilla del pelotón, y el capitán del destacamento especial de la Guardia Civil que cuidaba de la seguridad durante toda la vuelta vino a nosotros.
No hay nada peor que un agente de la ley y el orden enojado para dar con tus huesos en el calabozo por una noche, así que ese hubiera sido el momento perfecto para marcar el 902 152 122 y pedir asistencia legal inmediata al abogado de mi seguro Pont Grup. Pero estábamos en el siglo XX, los móviles realmente móviles no existían y mi joven persona no sabía de las ventajas de tener un seguro de moto que incluyera la asistencia legal inmediata. Afortunadamente el capitán, con media sonrisa cómplice en la cara, nos comentó que intentaría interceder con su compañero y evitarnos males mayores, cosa que parece que logró ya que nunca más supimos del incidente.
Siglo XXI, gracias por traernos el teléfono móvil para todos y por permitirnos viajar con la tranquilidad absoluta de la asistencia legal 24 horas del seguro de moto de Pont Grup. Gracias también por enseñarme que hasta la Real Academia y sus definiciones pueden meterte en líos.
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