El amor es un asunto misterioso.
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Un sentimiento difícil de explicar, tan difícil como lo es explicarle a alguien que no tiene hijos qué se siente por un hijo, a una persona sorda qué se siente oyendo una cantata de Bach o a un ser humano normal qué se siente al escuchar una de las tautológicas afirmaciones de Mariano Rajoy.

Se trata de un sentimiento, y como tal ajeno a la razón, pero vamos a intentar poner un hilo de estructura en ese incontrolable magma.

Podría decirse que en el proceso de creación del amor se dan tres fases.

Una primera fase de atracción hacia la otra persona.

Una segunda de irse enamorando.

Y una tercera de sexo (ésta es la única parte que se repite varias veces).

Obviamente, estas tres fases no se cumplen siempre necesariamente en esa cadencia cronológica.

Hay quien empieza por la fase 3 y la 1 al mismo tiempo

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(hola, noches locas de parejas creadas por la mezcla de horarios de madrugada y bebidas de alta graduación alcohólica).

Hay quien empieza por la fase 2 y luego pasa a la 1 (no, no es una leyenda urbana) y posteriormente a la 3.

Y hay quien empieza por la fase 1, luego sigue por la 2, incluye una fase 2.5 llamada boda por la Iglesia y sólo entonces se pasa a la fase 3 del sexo, pero ya dentro del sagrado sacramento del matrimonio. (Afirman los obispos que hay mucha gente que hace eso, pero esto sí parece ser una leyenda urbana).

Empecemos por la FASE 1.

Según un estudio, el tiempo medio que tarda una persona en decidir si le gusta o no una persona del sexo contrario que acaba de conocer varía según el sexo de la primera persona.

Un hombre tarda de media 3 segundos en decidir si la mujer que acaba de ver le gusta o no.

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Y una mujer tarda de media 3 minutos (sí, 3 minutos, 60 veces más que un hombre). Que si cómo tiene los ojos, que si cómo habla, que si tiene sentido del humor, que si cómo mueve las manos, que si me gustan o no sus zapatos…

Hemos empezado intentando poner un hilo de estructura y a las primeras de cambio nos tropezamos con esta gran diferencia. Lo cual demuestra, por si había alguien en la sala que no lo tuviera ya claro, que hombres y mujeres son muy distintos.

Pasemos ahora a la FASE 2.

Aquí las similitudes son casi totales. El proceso de enamoramiento es prácticamente el mismo en los dos sexos.
En este proceso se activan numerosas zonas del cerebro, particularmente las asociadas a la recompensa y a la motivación. Aquí participan el hipocampo, el hipotálamo y la corteza cingulada anterior, básicamente para reducir el comportamiento defensivo y aumentar la confianza en la otra persona.

Y además se desactiva la actividad de la corteza frontal, con lo cual se reduce el enjuiciamiento de la pareja.

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(La corteza frontal maneja el autocontrol y la toma de decisiones y también se desactiva, por ejemplo, con el consumo de alcohol).

Es decir, al enamorarnos nuestro cerebro refuerza las regiones que nos empujan a ver lo bueno y lo gratificante de la otra persona. Y debilita las que nos podrían hacer verla de manera más objetiva.

Vamos, que se podría decir que nuestro propio cerebro nos aboca como marionetas en pos de enamorarnos.

Y pasemos ya a la FASE 3 (sí, tras tanta palabrería llegamos por fin al sexo).

El sexo permite reforzar los vínculos amorosos dentro de la pareja, obviamente.

Intercambiar placer y compartir placer fortalece el amor, independientemente de la motivación de cada uno de los participantes. (Como dijo alguien, “Los hombres dan amor para conseguir sexo. Las mujeres dan sexo para conseguir amor”).

Y eso que ese placer compartido no es especialmente largo.

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Según un reciente estudio de la Universidad de Utrecht realizado en 5 países, incluyendo España, la media del acto sexual desde el momento de la penetración hasta la consumación por parte del hombre es de 5 minutos y 24 segundos. (Un tiempo ridículo comparado con el del caracol, que dura 12 horas y tiene un orgasmo de 120 minutos. Eso sí, sólo copula una vez en su vida. Pero qué vez).

Y bien, ahora que ya conocemos un poco más de estas 3 fases vinculadas al amor, veámoslas sus similitudes con la adquisición de una moto.

FASE 1

Esta es más o menos igual que la Fase 1 del amor en el hombre. En sólo 3 segundos tras verla sabes si te gusta o no. Y si te gusta, si te gusta poco, mucho, muchísimo o Nivel Qué Órgano Tengo Que Vender Para Tenerla.

FASE 2

El cerebro suprime todo análisis racional y nos aboca como marionetas en pos de tener como compañera a esa moto que deseamos.

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Refuerza todo lo que nos hace verla como deseable y reduce la actividad de los elementos objetivos que podrían desaconsejar su adquisición (“Bueno, es un poco cara, pero me la puedo permitir fumando un poco menos. O dándole a mi hijo pequeño ganchitos para cenar durante 5 años”).

FASE 3

En esta fase uno disfruta del placer de montarla, de sentirla debajo de sí, de notar su movimiento, de acompasar su cuerpo con ella para recorrer placenteramente una curva, de fundirse convirtiéndose en uno solo.
No es sexo, no hay orgasmos, pero es una sensación física bastante parecida (y sin el inconveniente añadido de tener luego que hablar).

Ocasionalmente aparecen noticias de parejas sorprendidas circulando en moto mientras copulan sobre ella (no, no son trapecistas de circo). Es fácil encontrar en internet fotos o vídeos de esos momentos.

Y la pregunta que surge es obvia. ¿Puede eso considerarse un trío?

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Javier Carro

Creativo publicitario con años de experiencia en España y México. Hablo de las motos y de los motoristas con la admiración de quien sabe que es un mundo que nunca ha podido realmente conocer. Porque solo una vez en mi vida, en Formentera un día de verano, llevé una moto… ¡Y conseguí no caerme!

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