¿Cómo sabemos que la realidad que conocemos es de verdad real?
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La pregunta puede parecer antitética. O más propia de las conversaciones extraviadas que se tienen a las 5 de la mañana tras ingerir un número claramente exagerado de gintonics.
Pero no.
¿Cómo sabemos que no es en realidad un sueño?
¿Cómo sabemos que todo lo que vemos y vivimos no es un sueño que estamos soñando nosotros o un sueño que está soñando alguien que nos está soñando a nosotros y no existimos realmente?
¿Cómo sabemos que no son parte de un sueño la moto que nos espera en el párking, el viento que nos acaricia el rostro cuando la montamos, la sensación física que sentimos cuando aceleramos, la multa que nos llega días después porque hemos acelerado demasiado?
Un escéptico diría: “Hombre, déjate de paparruchadas, yo toco la moto, siento el aire en la cara, percibo en mi estómago el acelerón, noto desgraciadamente el papel de la multa en mis manos”.

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Y se podría contestar: “Igual que en un sueño experimentas que caes al vacío, sientes tus jadeos huyendo de alguien que te persigue, percibes la fricción del aire mientras vuelas, notas los besos de esa atractiva compañera de trabajo que te gusta y con la que has coincidido en 3 reuniones en las que ni ha reparado en tu presencia”.
La duda no es nueva y ha recorrido la historia en diferentes formas.
En el siglo V antes de Cristo arranca el solipsismo en la Grecia antigua con el sofista Gorgias. El solipsismo sostiene que todo lo que existe fuera de nuestro cerebro no existe realmente y que es simplemente una creación de nuestro propio cerebro. Gorgias lo resumía en una frase tan breve como alegre: “Nada existe”.
Un siglo más tarde, otro filósofo, éste chino y a miles de kilómetros de Grecia, seguía por la misma senda de la duda acerca de la realidad. El filósofo se llamaba Chuang Tzu (o Chuang Tse o Zhuangzi, según cómo se anime uno a transcribir la enrevesada fonética china).

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“Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Chuang Tzu”.

En un microrrelato antes de que existiera Twitter, Chuang Tzu escribió: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Chuang Tzu”.

Muchos años más tarde, en Las Mil y Una Noches, colección de relatos tradicionales de Oriente Medio recopilados hacia el siglo IX, se encuentra la historia llamada El durmiente despierto. En ella, el califa juega con la vida de un comerciante a quien pone a vivir un día en su palacio, con todos sus sirvientes tratándolo como el califa.

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El comerciante, al despertarse por la mañana y verse viviendo la vida del califa, piensa inicialmente que todo es un sueño, aunque acaba aceptando que todo es real (lo cual incluye ordenarle a una de las esclavas que le muerda un dedo hasta el hueso en un intento de hacerse despertar). Y al día siguiente, cuando despierta de nuevo en su vida de comerciante, imagina que en realidad ha soñado que vivió por un día la vida del califa.
En 1635, Pedro Calderón de la Barca estrena su obra de teatro La vida es sueño. En ella se encuentra el monólogo de Segismundo, que incluye estos célebres versos:

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

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Y mucho más recientemente, en 2010, Christopher Nolan bucea en las capas de la realidad y el sueño con su película Inception (llamada en España Origen). En ella los protagonistas construyen un mundo de sueños que son capaces de compartir y en los cuales las personas viven como si fueran reales.
Los ejemplos de cómo la idea de que la vida es en realidad un sueño (y como tal, irreal, y como tal, falso) son numerosos a lo largo de la historia, bien en forma de obras artísticas, bien en forma de pensamiento filosófico o religioso.
Tal vez uno de los más inquietantes y a la vez más hermoso es una creencia oriental.
Según esa creencia, todo lo que existe es un sueño de los dioses.
Los dioses están dormidos desde hace miles de años.
Y el universo, todo lo que vemos, todo lo que tocamos, todo lo que vivimos, nosotros mismos incluidos, es sólo producto de ese sueño.

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Y cuando los dioses se despierten concluirá su sueño y concluirá el universo, todo lo que vemos, todo lo que tocamos, todo lo que vivimos, nosotros mismos incluidos.
Según esa creencia oriental, para evitar que eso ocurra existen los rezos.
Los rezos son como arrullos que los seres humanos realizamos para que los dioses sigan dormidos sin despertarse.
Y sigan así soñándonos.
Y sigamos así existiendo.
No hay manera de saber si esa creencia es cierta o no.
Pero si lo es, esperemos que los dioses no se despierten, para que así podamos seguir existiendo.
Y, claro está, podamos seguir disfrutando de las motos.
Los ejemplos de cómo la idea de que la vida es en realidad un sueño son numerosos a lo largo de la historia, bien en forma de obras artísticas, bien en forma de pensamiento filosófico o religioso

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Javier Carro

Creativo publicitario con años de experiencia en España y México. Hablo de las motos y de los motoristas con la admiración de quien sabe que es un mundo que nunca ha podido realmente conocer. Porque solo una vez en mi vida, en Formentera un día de verano, llevé una moto… ¡Y conseguí no caerme!

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