Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. En algunos casos, parece que es el hombre el que coloca la piedra para asegurarse de tropezar con ella.

Mark Seeger podría ser uno de esos hombres: a principios de 2013, este californiano en la treintena, anunciaba su intención de construir una motocicleta eléctrica. “La Tesla de las motos” dijo.

Seeger no tenía experiencia previa en el mundo de las motos, ni uno de esos tipos con dinero que ejerciera de Pigmalión. Lo único que tenía –según confesaba él mismo- era “una misión”. En marzo de ese mismo año aparecía en Wired, la revista que muchos consideran la biblia de la tecnología. “Voy a crear una moto eléctrica, con gran autonomía, algo que el mundo no creerá”. Así nacía oficialmente Mission motors.

La compañía pretendía crear un vehículo de dos ruedas por el que los fans de la motocicleta deberían estar dispuestos a pagar un mínimo de 60.000 dólares. No fueron pocos los que advirtieron a Seeger y a sus socios de que el golpe iba a ser de aúpa. Que encontrar un público masivo (la única forma de rentabilizar el proceso de investigación y producción) con la cartera y las ganas de hacerse con una moto eléctrica era algo irrealizable. Hasta sus amigos le advirtieron de que el fracaso se encontraba agazapado bajo su propia mesa, preparado para darle el abrazo del oso. Pero nada ni nadie iba a frenar al estadounidense, envenenado por los incontables relatos del ‘self made man’ que adornan las páginas de las revistas de la economía. Él iba a cambiar el juego de las dos ruedas con una sola mano, mientras con la otra contaba los billetes.

El problema con Seeger es que –probablemente- el término ‘vendemotos’ se inventó para él. Aprovechando el rebufo de una compañía que había demostrado su capacidad para competir en campeonatos de su clase, este empresario especializado en venderse bien, adquirió la mayor parte del accionariado de Hum Cycles (pioneros en lo eléctrico), la transformó en Mission Motors y con la ayuda de algunos que creyeron su discurso, empezó un inacabable tour de prensa para mostrar al mundo las bondades de la que iba a ser la gran moto eléctrica, la moto eléctrica definitiva: la moto que le hubiera gustado inventar a Elon Musk, el dios dorado que inventó Tesla.

A Seeger se le olvidó un pequeño detalle y es que la moto tenía un problema, uno muy gordo: las baterías no tenían la autonomía suficiente. Los ingenieros llevaban meses trabajando en ello, pero no encontraban el camino para solucionarlo, así que la famosa Mission Motors Race Street no iba a pisar la calle. Y si la pisaba, sería para aguantar unos pocos kilómetros antes de pararse. Aun así, Seeger y su mano derecha, Derek Kauffman, siguieron atrayendo inversores vendiendo un prototipo de altas prestaciones, diseño pluscuamperfecto, pensada para los muy exigentes. Una docena de inversores de altos vuelos picaron el anzuelo y la máquina arrancó hasta poner la start up en los cielos. Se calcula, que se inyectaron en sus arcas más de 70 millones de dólares en el primer año.

Dos años después, Mission motors seguía calificándose a sí misma como ‘la Tesla de las motos’ pero mientras los de Palo Alto ya vendían coches y evolucionaban a diario, los de Seeger y Kauffman estaban atascados. De nada sirvió que la compañía empezara a almacenar pagos por los primeros modelos que saldrían de fábrica. El dinero entraba por la puerta y salía por la ventana, con docenas de ingenieros tratando de solucionar los problemas causados por las fechas de entrega impuestas por un tipo que solo sabía dar entrevistas y mensajes contradictorios a una plantilla desconcertada.

Llegados a cierto punto, Seeger decidió que la compañía se dividiría en dos: la Mission Motors y la Mission Motorcycles. Teóricamente, la una se dedicaría a la investigación pura y dura y la otra a la producción y fabricación de la Mission 1. Pero mientras los prototipos se amontonaban y servían para engordar el ego del CEO, ninguna moto se entregaba a ningún cliente. Fue entonces cuando Missión empezó a preparar su salida por la puerta de atrás, teniendo en cuenta que el dinero se había evaporado (incluyendo los depósitos de los incautos que se creyeron lo de la mejor moto de todos los tiempos) y que en breve se desvelaría que eran incapaces de cumplir lo firmado con Honda, Mugen y Harley Davidson, para los que –teóricamente- desarrollaban diferentes piezas y aplicaciones.

Así fue como el número 2 empezó su campaña de desinformación integral, acusando a Apple de competencia desleal por fichar a sus mejores trabajadores, ofreciéndoles sueldos muy por encima de su valor de mercado. Reuters fue el que picó primero el anzuelo y firmó un artículo en el que titulaba que la compañía se disponía a cerrar por culpa de la competencia desleal. Lo cierto, tal y como desvelo Jensen Beeler en Asphalt and Rubber, es que la falta de focalización, su incapacidad para resolver problemas nimios y la estupidez de sus capos, fueron la auténtica causa de la bancarrota (que Mission motors declararía –efectivamente- a finales de 2015) y no los movimientos de Apple o de ninguna otra empresa.

Mission motors personifica el fracaso al que arrastra prometer alquimia cuando uno no tiene claro ni dónde está el metal que habría que transformar en oro. Su promesa de crear la mejor moto eléctrica que el mundo había podido soñar, ni siquiera llegó a cuajar a pequeña escala y muchos perdieron miles de dólares a cuenta de un vehículo que solo existió en sus sueños. Poco antes de cerrar la persiana, los gerifaltes de Mission informaron de que harían un modelo más económico para aquellos que no dispusieran de los 60.000 que inicialmente iba a costar la moto. El problema fue que nadie les creyó. Los rumores sobre la capacidad de San Francisco de vender humo habían llegado hasta cada punta del continente americano y ya nadie estaba dispuesto a dar ni un dólar si antes no aparecía Seeger en su casa y les dejaba su motocicleta eléctrica para darse una vuelta. Una vuelta muy larga.

A Mission les adquirió otra fábrica, pero el nombre parece haber sido proscrito del circuito comercial. Eso sí, al próximo que prometa una moto eléctrica ‘como el mundo jamás ha visto’ puede que le visiten unos cuantos tipos malhumorados, recordándoles que eso ya lo habían oído antes. El fracaso es lo que tiene: huele más que la gasolina.

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