Si de lograr éxito en el mundo de las dos ruedas hablamos, no podemos dejar pasar por alto la historia de Burt Munro.
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Esta historia, es la historia de un sueño hecho realidad con tintes épicos de auto superación, protagonizado por un indomable Burt Munro capaz de demostrar que su locura aparente no es más que un camino hacia el triunfo. Sin duda el más claro reflejo del éxito de un soñador.

Acostumbrados a leyendas que se miden por sus adelantamientos imposibles, sus tumbadas al límite o sus campeonatos del mundo, tenemos que poner en valor las pequeñas historias que hicieron capaces a personajes anónimos hacerse un hueco en el olimpo de las leyendas por su fuerza y tenacidad a la hora de perseguir sus sueños.

Comenzar a hablar de Herbert J. “Burt” Munro (1899-1978) nacido en Invercargill, Nueva Zelanda, que 1915 adquirió su

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primera motocicleta, una Douglas, y que en 1920 compró su Indian Twin Scout por la irrisoria cantidad de 50 libras, no os va a decir mucho. Pero quizás, si os cuento que la vida de Munro fue objeto de un documental realizado por el cineasta australiano Roger Donaldson en 1971, Offerings to a God of Speed y treinta y cuatro años más tarde el propio Donaldson se inspiró de nuevo para estrenar su película Burt Munro: un sueño, una leyenda ya a muchos de vosotros os traerá a la memoria ver a Anthony Hopkins en el papel de Burt Munro.

Nuestro protagonista se había pasado gran parte de su vida trabajando en la granja de su padre en Invercargill, pero cuando su matrimonio acabó en divorcio, tuvo que vivir en un viejo cobertizo.

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Fue en esta época cuando tomó la decisión de mejorar su Indian Scout que en aquel momento tenía una velocidad punta de 89 km/h y que convertiría en la Indian más rápida del mundo.

Los métodos que Munro empleó para transformar su Indian en la más veloz de su especie no fueron precisamente ortodoxos. Desde el cobertizo de su casa el neozelandés construyó muchas piezas con sus propias manos. Latas de conservas para el carenado, cucharas, bisagras de puertas, tapones de corcho, una vieja manta eléctrica para poder extraer el aislante, o plomo fundido de viejas baterías para poder hacer piezas de contrapeso, eran habituales en esta imaginativa trasformación. Incluso haciendo agujeros en la arena de la playa era capaz de improvisar moldes para los pistones de su Indian.

Muchos lo veían como un loco y pocos creían en su sueño.

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Pero su tenacidad en muchos momentos obsesiva y su fe en sí mismo le llevó a pasarse más de 40 años modificando en su taller su moto para poner el colofón a su obra viajando Bonneville, la Meca de las pruebas de velocidad, el Gran Lago Salado de Utah. Un lugar donde incluso en la actualidad las marcas, ingenieros, Universidades y equipos privados del motor suelen desplazarse para batir los récords mundiales de velocidad.

La escena tenía que ser cuanto menos impactante. Un hombre de 63 años enfermo del corazón, con una moto de 1920, sin paracaídas para frenar, toda “hecha en casa” sin ningún tipo de homologación, con los neumáticos de origen, llantas de radios, soldaduras artesanales, vestido con camisa y con los pantalones de la suerte, los de su boda, metidos por dentro de los calcetines y con la intención de salir a pista sin inscripción ni preparación alguna para batir el récord del mundo de velocidad.

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Réplica de la bicicleta real que construyó Burt Munro y rompió ese récord de velocidad del Land para motocicletas de menos de 10000 cc.

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Como era de suponer, los organizadores de la semana de la velocidad del Gran Lago Salado de Utah le manifestaron que no era posible. Las normas indicaban que había que haberse inscrito meses atrás, la moto no cumplía ni una sola norma de seguridad, incluso había cubierto los neumáticos con betún para que las grietas de los neumáticos no fuesen detectadas por los comisarios y además no llevaba el equipamiento obligatorio. Pero precisamente por este gran cúmulo de despropósitos que le acompañaban a cada paso se fue ganando la simpatía y admiración de los probadores, ingenieros y comisarios del evento.

Burt no había flaqueado durante más de 40 años preparando su moto y ahora que estaba a un paso de conseguir su sueño, estos inconvenientes que para él solo eran mera burocracia, no iban a ser un obstáculo. De esta manera y casi por una mezcla de simpatía y admiración logró que le dejaran realizar una prueba cronometrada. Todos eran conscientes a su manera de que estaban delante de alguien que tenía algo especial, ese “algo” que lleva a una persona anónima al éxito.

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Cuando Burt Munro ya encarado hacia a la línea negra que traza la pista de pruebas en el inmenso desierto de sal, con su casco y gafas de los años 20, los pantalones de la suerte por dentro de los calcetines y la mirada concentrada en comprobar cuanto podía correr su vieja Indian, nadie de los presentes podía imaginar que en los próximos 9 años continuaría batiendo récords mundiales de velocidad. Burt llevó a su Indian, hasta los 288 kilómetros por hora batiendo el récord mundial de velocidad. Cinco años más tarde lo volvió a lograr dejando el récord en 295.453 km/h. Incluso en algunas sesiones se le llegó a cronometrar a 331 km/h pero no estaban presentes los jueces del récord mundial de velocidad, por lo que esta velocidad no fue homologada.

Burt murió el seis de enero de 1978 por causas naturales a los 78 años. Alcanzó su sueño, fue capaz de conseguir el éxito con su inquebrantable amor por su moto, su integridad e incluso su insolente inocencia. El triunfo de Munro fue una cuestión de voluntad y perseverancia para lograr el éxito.

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Fuente foto Destacada: Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: Jinho Jung
Fuente foto Burt Munro: Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: Jinho Jung
Fuente foto Réplica Indian Scout : Licencia CC Attribution-Share Alike 2.0; Autor: Sicnag

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Albi Albarrán

Las motos, mi pasión desde los 16 años: pilotarlas, destriparlas, probarlas, escribir sobre ellas, o simplemente admirarlas. No hay especialidad motociclista que se me resista.

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