A mi bisabuelo le chiflaban las motos. Era médico, como mi abuelo y mi padre. En mi familia yo fui el segundo, después de mi padre, en librarme de la generación del hambre. Mi abuelo le dio una buena educación a mi viejo, que fue criado y educado muy lejos del campo extremeño y de las necesidades y el trabajo de sol a sol.

La semana pasada incineramos al bisabuelo. Fue un trámite desangelado. El hombre había perdido la memoria, estaba viudo de mi bisabuela Marga hace diez años y ya no le quedaban amigos, solo los colegas de la partida en la residencia. Lo que más me entristeció de verlo apagarse fue la tremenda delgadez de sus últimos meses. Había sido un hombre fuerte y vital y aquellos bracitos, esas piernas y ese rostro chupado contrastaban con el viril y rudo hombre de que fue.

En su habitación de la residencia dejó su viejo y pesado reloj y su dentadura postiza. También una pequeña foto enmarcada de mi abuela en la mesilla de noche y en la pared, pegadas con chinchetas sobre un corcho de los chinos, fotos de viejas motos que había recortado de periódicos y de revistas especializadas en motociclismo.

Entre sus pertenencias, en el armario donde guardaba la escasa ropa que usaba, mi padre encontró un viejo diario. Casi se le desintegró en las manos de lo viejo que era. Lo metimos con suma delicadeza en una bolsa de plástico y lo llevamos a casa. Ya descansado, con los trámites de la residencia y el tanatorio terminados, encendí la lámpara del despacho y abrí el diario como si de un arqueólogo se tratase. Solo me faltaban los guantes de cirujano y el escalpelo.

Lo que empecé a leer me dejó de piedra. Mi bisabuelo (siempre lo llamé “el Bisa” y así lo haré desde ahora) había dejado la aldea y la pobreza de adolescente, en cuanto se pudo pagar un tren a Barcelona, ciudad en la que, como se suele decir y aunque tenga que caer en el cliché, hizo de todo: carretillero en una obra, camarero en dos terrazas, chico de los recados, limpiabotas… Hasta de acompañante de damas. Mi abuelo era un guapo mozo de ojos verdes.

Imaginen aquella Barcelona que él vivió. El espectacular movimiento modernista en pleno apogeo y todos aquellos pintores, diseñadores, arquitectos que trasformaron la ciudad. Y unido a todos ellos, lo que realmente le interesaba al Bisa: el auge del automovilismo y la llegada de las motos. Si su sueño era la medicina, su gran pasión fueron siempre las motos.

Subida a Brucs de 1913
Piloto y público durante la Subida a Brucs de 1913

Y Barcelona la ciudad perfecta, con las carreras en el circuito de Montjuïc y en las carreteras de la Arrabassada, Vallvidrera y Santa Creu d’Olorda. La alta burguesía, lejos de su alcance, se pirraba por las carreras de motos.

De hecho, muchos de aquellos jóvenes burgueses comenzaron a fabricar las motos que no podían importarse.

Hombre inquieto y ávido de cultura y conocimiento, el Bisa no se perdió ni una de las noticias que lo emocionaban. Un ingeniero catalán apellidado Bonet había diseñado un primer prototipo. La moto era un desastre, casi iba a la velocidad de cualquier viandante andando. Cuenta el diario que cuando la moto se paraba, la gente empujaba esa extraña, pesada y lentísima bicicleta con motor.

Escribe también que, tras la Primera Guerra Mundial, de la que leía con avidez todo lo que en los periódicos aparecía y en la que España no entró, un tal Dalmau fabricó la primera moto española. Y que hasta 1924 no se unifican las diferentes normas de tráfico de toda España, año en el que también se decide hacer obligatorio la circulación por el lado derecho de la carretera.

Pero no hay nada para dejarte “de piedra” en lo que cuentas, nostálgico biznieto, me recriminarán lo lectores. Tranquilos, ahora llega la chicha de lo que leí en aquel destartalado diario: el Bisa se sacó la carrera de medicina y en vez de quedarse en Barcelona y medrar, decidió volver. Al menos una temporada. Regresó a la pobre comarca extremeña y lo hizo con una carísima y negra moto que pudo comprarse gracias al préstamo de un íntimo amigo Enrique Arnús, compañero de la facultad de medicina. El gran negocio de su familia era el textil y estaban forrados.

La moto, que vio expuesta ante a admiración de los viandantes durante semanas en un escaparate en Las Ramblas, era una Indian Four, una joya para privilegiados.

Indian Four

 

La Indian Four era una de las pocas motos de gama más alta que triunfaban en Barcelona. Con un motor de 1,266 cc, refrigerado por aire y de cuatro cilindros en línea. Llegaba a los 30 CV y lograba una velocidad máxima de 120 Km/h. Tenía, además, las válvulas del escape en la parte superior y debajo las válvulas de entrada y el carburador. Era una bella moto, delgada y compacta, de ágil manejo.

La idea del Bisa era montar en la Indian Four y recorrer más de 900 kilómetros hasta llegar a la aldea. Y lo hizo, vaya si lo hizo. Y hay que imaginarse aquella España, aquellas carreteras que no lo eran, caminos de tierra, de piedra, enormes balsas de barro. Y el viento, el calor, dormir a la intemperie si no llegaba a una zona medianamente poblada. Imaginen la osadía de aquel mozo sin autovías, peajes, gasolineras, cuando para muchos pueblos un teléfono era un lujo.

Explica el Bisa en su diario que en los pueblos extremeños votaban hasta los muertos de los cementerios.

Y los ganadores se alternaban: unas veces les tocaba a los conservadores y otras a los liberales. Y en la comarca si los braceros no demostraban que habían votado a quien les decía el cacique, se quedaban sin faena y se morían de hambre. Porque entonces uno se podía morir de hambre. Literalmente. Los más desgraciados campesinos no podían alimentas a sus familias con los jornales que les daban. Y encima los precios de la comida siempre subían. En Extremadura los jornales eran de entre 1´75 a 2´75 pesetas diarias. Y eso solo para los hombres. Las mujeres cobraban menos, entre 0´75 y 1´50 pesetas. Para colmo de males, los jornales se pagaban solo en la siembra, escardado, vendimia y vareo de las aceitunas. Para la siega y la trilla el señorito buscaba temporeros foráneos en régimen de “destajo”. Eran más rápidos y nunca protestaban.

Cuenta el Bisa en su diario que lo primero que vio al llegar a la aldea con su Indian Four fue una manada de caballos que controlaba el hijo de Castilblanco, el cacique. Junto a él vio a cinco perros de caza, a uno de sus mozos más fornidos, a un joven guardia civil y al orondo cura de la comarca, todos a caballo. Los cuatro bajaron de sus monturas, rodearon la moto, la tocaron y observaron aquella yegua de hierro. Hasta la olieron. Mi abuelo tiene apuntadas algunas de sus palabras: “Mira tú, el hijo de la Jacinta cómo ha medrado” (cura). “Esta me la tienes que dejar montar, niño” (Castilblanco). “Es como si un coche hubiera apareao a una bicicleta” (mozo).

La polvorienta moto del Bisa fue escoltada por el señorito y sus hombres a caballo hasta la hacienda del cacique, que los recibió montado en un precioso caballo gris. Los braceros que trabajaban en la finca también observaron la moto alucinados, como si se tratase de un trasto venido de un viaje en el tiempo, del futuro. El cacique observó curioso la moto sin bajarse del caballo y preguntó al Bisa a qué se debía su visita. El Bisa se bajó de la moto, se quitó el casco y las gafas y el polvo a manotazos y le dijo que quería proponerle algo. El cacique bajó también de su caballo, se quitó su sombrero de paja y le propuso citarse con él a las cinco de aquella misma tarde.

Mi bisabuelo fue inmediatamente a visitar a su madre, la Jacinta, viuda desde hacía ocho años. Cuando la arrugada mujer, de riguroso negro, lo vio aparecer con ese ruido y aquel vehículo casi le da un soponcio. Los dos se abrazaron, se besaron, se miraron. El Bisa sacó de sus alforjas fiambres y hasta chocolates, ya muy derretidos. También un sobre con dinero. Disfrutaron de todo en la cueva donde ella sobrevivía, siempre fresca pero demasiado húmeda para sus huesos. Ella le puso al día y su hijo le explicó a qué venía aquella visita y esa moto, tan negra como su vestido.

También se lo explicó a Castilblanco y a su hijo, que le invitaron a entrar en la hacienda junto al cura y al guardia civil. El gran salón y toda la casa tenía un aspecto rancio y hasta medieval. A ver los viejos cuadros familiares de los Castilblanco el Bisa pensó en la reconquista del territorio a los árabes. Y a los reyes dando tierras a los nobles en pago por los servicios prestados. Observó, entre admirado y espantado, y así lo comenta en su diario, aquella estancia plagada de tapices, enormes candelabros y espantosas cabezas de mamíferos y aves disecadas.

Los cuatro se sentaron en grandes sofás de piel y el Bisa explicó el por qué de su vuelta: le había llegado cartas de su madre y su tía explicando que algunos jornaleros habían muerto porque el médico asignado, un viejo que ya casi no podía montar a caballo, no había llegado a tiempo para salvarlos y darles los cuidados de urgencia necesarios. Así, el Bisa propuso quedarse como nuevo médico rural en la comarca y usar su moto para desplazarse con velocidad de aldea en aldea, cueva en cueva, barraca en barraca.

Indian Four roja

Cuenta el Bisa que bebieron, fumaron y hasta cantaron y que finalmente las fuerzas vivas aceptaron su propuesta. Castilblanco le ofreció la casita de las visitas, a la que se trasladó también la Jacinta. Además, hizo que el viejo médico rural acabara en Cáceres, pero antes le obligó a mostrar al Bisa los casos más graves. Al principio el viejo médico montó aterrado en la moto, pero se fue acostumbrando. Vieron de primera mano casos de gripe, sarampión, poleomelitis, viruela, desidratación, maltunitrición infantil… Y en algunos casos simple vejez. En aquello años, cuenta el Bisa, la gente envejecía y fallecía mucho antes.

Castilblanco acompañó en muchas ocasiones a la moto y la expuso a los vecinos y jornaleros, que observaban el vehículo entre admirados y recelosos. El cacique le hacía mostrar las virtudes de la moto ante sus trabajadores del campo. Además de médico le hizo vendedor. Y a veces hasta Castilblanco en persona les explicaba todo: de dónde venía, como se manejaba, su velocidad y para qué la iban a usarla en la comarca. Cuenta el Bisa que hasta en tres ocasiones el cacique se montó en ella, la condujo ante el susto de los perros y la estupefacción de los campesinos, sus mujeres y sus hijos, que eran los únicos que se atrevían a reírse ante la monta del patrón.

moto dollar

El Bisa salvó muchas vidas, pero la Indian Four no sobrevivió. (…) al hijo de Castilblanco se le ocurrió montar la Indian Four (…) y la moto acabó despeñada y destrozada en un barranco. Castilblanco mandó traer otra moto, esta vez una Dollar.

En su viejo diario habla satisfecho de una revolución causada por su Indian Four. Castilblanco habilitó unos cuantos teléfonos por la zona y les instaló uno al Bisa y a la Jacinta en la casita de invitados. Los teléfonos y la moto salvaron a muchos de una muerte segura. Los salvados hasta aparecen anotados en el diario: Antonio, Francisco, Manuel José, Jesús María María del Carmen, María del Pilar, María de los Ángeles… Leí con orgullo todos aquellos nombres. El Bisa salvó muchas vidas, pero la Indian Four no sobrevivió. Una noche el cacique invitó al Bisa a una gran bacanal. En ella al hijo de Castilblanco se le ocurrió montar la Indian Four. Pero la moto no era uno de sus caballos. Dando bandazos y harto de vino, el joven montó, arrancó, no la supo pilotar y la moto acabó despeñada y destrozada en un barranco. El joven heredero, que fue atendido por un rabioso y afligido Bisa, se salvó de milagro.

Castilblanco mandó traer otra moto, esta vez una Dollar. El Bisa acabó curando y salvando la vida a mucha gente. Y trajo medicinas, y esperanza. Los jinetes que se encontraba por el camino siempre lo saludaban amables y se quedaban mirando aquella estela de polvo con una mezcla de admiración y pasmo. El Bisa gastó las ruedas de la Dollar en aquellos caminos, en los que encontró amigos y hasta una guapa novia.

La Jacinta murió a los cuatro años de su llegada. La cuidó hasta el final y después decidió volver con su moto y su novia a Barcelona. Fue en 1931, cuando el país buscó un gran cambio que no llegó a conseguir. Pero esa es otra historia. Solo sé que me he emocionado y me he sentido muy orgulloso de mi sangre con este viejo diario. Y eso que no he heredado la tradición familiar.

No me dio por la medicina y no tengo ni carnet de conducir.

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Fotos: 

Portada Bisa -Author: Smudge 9000 , Flickr

Iván Reguera

Ganador del premio “Cafè Món“ y finalista del Premio Euskadi con la novela “Liquidación“. Además de autor de otras obras de renombre, ha trabajado en diarios como “Otra Realidad“, “Periodista Digital“ o “Soitu“. En la actualidad Reguera es responsable de las páginas de cine del diario “Cuarto Poder“.

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