Era sábado y mi chica y yo fuimos a un mercadillo hipster dedicado a las motos. Chupas de cuero, cascos, mochilas retro, motos custom y todo ese rollo vintage. Llegamos tarde, para variar, y no quedaba ni un sólo sitio donde meter la moto. “Vámonos, que esto está petado!” dije. “No, espera, ahí hay un hueco” contestó mi novia. No me lo pensé dos veces y aparqué ahí, atravesando la moto en ese espacio. Flas.
Dimos una vuelta y compramos un par de chorradas. Nada que realmente fuésemos a usar. Nos tomamos unas cervezas mientras tocaban unas chicas tatuadas de la cabeza a los pies. Sonaban como la versión femenina de Stray Cats. No recuerdo el nombre porque me emborraché. Cuando se me pasó un poco el pedo decidimos volver.
Ahí estaba ese tío enorme con barba a lo ZZ TOP, nariz como la de Poli Díaz y con una raída chupa de cuero con un emblema de los Hell’s Angels. Estaba sentado tranquilamente en mi moto. Como si fuera suya. Liándose un porro. “¿Es tuya?”. Me habló directamente a mí, así que nada de hacerme el loco. Imposible correr, me hubiera pillado y además ella iba con tacones. “¿Eh? Sí… ¡Buenas tardes!” ¿Buenas tardes? ¡Pero si eran las doce de la noche! El miedo me la estaba jugando y el tipo ése se dio cuenta a la primera.
Me pasó el porro sin preguntarme si quería. Le di una calada y tosí. Sí, tosí como un adolescente que fuma por primera vez. Salieron dos tipos más del local. Uno parecía un armario forrado de cuero negro. El otro era flaco y apenas le quedaba un centímetro de su piel sin tatuar. “Este nota ha aparcado aquí” dijo Poli (para entendernos le llamaré así). Yo estaba blanco como el papel pero tuve la dignidad de hablar: “Hey”. Entonces Armario (el tipo grande) se acercó a la moto “Es guapa la burra, ¿eh?” dijo. Y yo pensé: “Ya está. Ahora la quema”
“Un mundo en el que la mayoría de nosotros no se atrevería nunca a entrar.” Así es como resumió Hunter S. Thompson su paso por los capítulos Hell’s Angels de San Francisco y Oakland.
Thompson no era un tío que se amedrentaba fácilmente. Le gustaban las armas, las drogas y el alcohol. Pero cuando convivió más de un año con ellos para escribir -hasta la fecha el mejor monográfico sobre la banda- Hell’s Angels: The Strange and Terrible Saga of the Outlaw Motorcycle Gangs entendió que esa gente no se andaba con chiquitas. Su negocio era algo más que hacer el gamberro y asustar a lomos de una Harley a pardillos como yo. Ya a finales de los sesenta se les relacionaba con el tráfico de drogas y la venta ilegal de armas con algún que otro fiambre para desayunar. En un programa en la cadena CBC para presentar su libro, Thompson era entrevistado por un Hell’s Angel y aunque se nota que estaba todo preparado y su seguridad no corría peligro, no parecía demasiado tranquilo.
“Estas Triumph Scrambler son guapas de cojones. La tienes bien currada, tío” dijo. “Pero no la dejes delante de la puerta que ponen multa…” .
Miré hacia el portón y vi la señal de vado permanente y luego el rótulo Hell’s Angels. Tragué saliva, saqué las llaves de la moto y reuní valor para decir “Bueno, adiós…”. El tatuado me dijo “¿Pero a dónde vais a ir ahora con tantas prisas? Y Armario añadió: “tomaros algo dentro”.
Nunca he oído a los Stones tocar una versión más mojigata de Under my thumb que la que está registrada en la película Gimme Shelter, durante el concierto en el Altamont Speedway Free Festival. Mick Jagger apenas se contonea, canta flojito y tiene realmente cara de acojonado. A su lado tiene un tipo con melenas poniendo caras raras en pleno subidón de LSD. De repente aparecen dos Hell’s Angels y se llevan al hippie a hostia limpia. Eso desencadena una avalancha entre el público, compuesto por más de 300.000 personas colgadas de ácido. Los Angels, que estaban contratados como seguridad por el grupo (por 500 dólares y cerveza gratis) y que también iban de ácido, cargaron contra la multitud con todo lo que tenían. A puñetazos, con bates de béisbol y hasta cargando con las motos. La gente corría despavorida delante de las estruendosas motos y, como era de prever, la situación distaba de estar controlada. De hecho, empeoró sensiblemente. De entre el caos aparece Meredith Hunter con una pistola (según fuentes de los Hell’s Angels) y se lo cargan allí mismo a navajazos. La cara de Jagger es todo un poema y el bolo acababa ahí mismo.
De un tirador de cerveza en forma de motor Harley nos pusieron dos pintas. Había emblemas, escudos y banderas de los capítulos de Hell’s Angels de todo el mundo cubriendo completamente las paredes. También había piezas de motos escacharradas. “Cuando eres un Ángel, lo eres para siempre” dijo Poli y luego me enseñó el tatuaje con el que juraba lealtad al club. La cerveza había calmado mis nervios y ya no sentía tanto miedo. Aún así no me atreví a moverme de la barra, por si acaso. El jukebox escupía Race with the devil de Gene Vincent a todo trapo. Cuando acabó puse Maybellene de Chuck Berry. “Ésa mola un montón, tío. Imagínate esos motoracos V8 echando leches. Joder, esa época molaba… Cuando fundaron el club”.
Arvid Olsen sirvió en Birmania y China durante la segunda guerra mundial pilotando un caza en el tercer escuadrón de los Flying Tigers. Esos aviones caían volando en picado sobre el enemigo agazapado en la selva desatando un auténtico infierno. Ellos eran los Hell’s Angels (Ángeles del Infierno). De ahí viene el nombre.
En 1947 muchos veteranos no habían conseguido aún olvidar los horrores de la guerra e insomnes eran inmunes al sueño americano. Esos chicos, que aún jóvenes, ya habían forjado vínculos de por vida arrastrando el culo durante cuatro años por las trincheras de medio mundo, preferían ahora vagabundear por el país en las Harleys del ejercito -que habían sido subastadas por un puñado de dólares al acabar la guerra-y beber cerveza como hacían en el cuartel. Así nacieron los Pissed off bastards of Bloomington, los Boozefighters o los Market street Commandos. Ese mismo verano la liaron parda en Hollister, California, y marcaron el camino fuera de la ley para los clubes moteros que nacerían luego.
Los Hell’s Angels nos estaban invitando a cerveza en su local. Éramos infiltrados que después de cuatro pintas estaban completamente borrachos. Mi tez era marmórea y una gota gélida de sudor cruzó mi frente. Fui al lavabo a pasarme agua por el cogote pero vomité en la pica. “Joder, ahora sí que la he cagado. Estos tíos me matan”, pensé. Lo limpié como pude y volví a la barra. Quería agarrar a mi novia y salir de allí cagando leches, antes de que descubrieran el desastre que había montado. Lamentablemente, tanta ansiedad por irme me delató. “¿Qué te pasa, tío? ¿Qué has hecho ahí dentro? Estás hecho una mierda”. Me vino a la mente la historia de Jay Dobyns y me puse mucho peor.
“Hice una Polaroid de un amigo mío tirado en un agujero en el suelo, esparcí sesos de cabra y un montón de ketchup ensuciándolo todo. Tenía una chupa de los Mongols, la manché con sangre del pobre animal y se la envié a los Hell’s Angels. El capitán de Skull Valley me aceptó como miembro inmediatamente”. Así empezó la operación Black Biscuit en la que Jay Dobyns, a.k.a Jaybird, agente especial del ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco and Firearms) se infiltró durante dos años en los Hell’s Angels de California para investigar los actos delictivos de la banda.
Después de más de un año jugándose el pescuezo consiguió varias detenciones pero fue desenmascarado. Su vida y la de su familia se convirtió enonces en un auténtico infierno. Varias organizaciones criminales, entre las que se encontraban los cárteles colombianos, querían su cabeza y le intentaron liquidar en un par de ocasiones. Su familia fue secuestrada y hasta intentaron infectarle con el virus del SIDA. “Había arrastrado a mi familia a toda aquella mierda. Aún me revuelve las tripas pensarlo. Lo pasé muy mal aquellos dos años porque ¡tío, me dan un miedo terrible las motos!…”.
No recuerdo exactamente cuándo nos fuimos de allí pero lo hicimos muy torcidos. De una pieza, eso sí. “No se te ocurra coger la moto o te rompo las piernas” me dijo Poli antes de dejar el local. Me pareció una manera cariñosa de recordarme el lamentable estado en el que me encontraba. Muy estilo Hell’s Angels.
Al día siguiente volví a por la moto. Y tal como me había advertido Armario, se la había llevado la grúa. No quiero ni pensar en la multa. Eso sí que da miedo.
Fuente foto Destacada: Licencia CC Attribution-Share Alike 4.0 International; Autor: Shured
Fuente foto grupo Hell’s Angels: Licencia CC Attribution-Share Alike 3.0; Autor: Fridolin freudenfett
Fuente foto moto Triumph: Licencia CC Attribution-Share Alike 3.0; Autor: Dédélembrouille
Fuente foto grupo Flying Tigers: Licencia CC Attribution-Share Alike 3.0; Autor: Greg5030
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