La conocí por medio de un amigo. Era, por entonces, una gallega con atractivas curvas del 94 que se conservaba a la perfección. Elegante y a la vez rotunda. Había algo de canalla en ella ...

Era gallega, del 94

Ha sido (y será) el amor frustrado de mi vida. Una ilusión eterna que pudo ser y no fue. Una realidad que se perdió como la arena entre los dedos cuando más cerca estaba de concretarse. Al tiempo destacaba por el carisma deslumbrante que tenía. Destilaba un savoir faire más italiano que francés. Mezclaba la ternura de Audrie Hepburn con la ‘esuberanza’ de Sofía Loren.

La vi y la deseé secretamente con ganas infinitas. Y utilicé a mi amigo de cupido improvisado. En un principio fue reticente. No hubo más contacto y por un momento se enfrío aquel enamoramiento febril. Pero pasados los meses quiso la casualidad que se volviera a cruzar en mi camino. Mi amigo volvió a interceder y la ilusión se hizo realidad.

El romance duró un año apenas. Detrás de cada encanto escondía una queja. Nunca fue la mujer rotunda y fascinante que yo conocí. Me temo que cegado había idealizado algo que en realidad no era como yo pensaba.

No había rastro de Audie Hepburn y mucho menos de Sofía Loren. Los desplantes fueron continuos y las malas caras fueron apagando la llama de un romance que si duró tanto, fue más por mi terquedad que por su predisposición.

Cuando finalmente lo dejamos, caí en un estado de desasosiego que no era capaz de sacudirme de encima. Las miraba y todas se me parecían a ella. En todas veía algo de mi chica. Reflejos de lo que pudo ser y no fue. Sentí el sabor amargo del fracaso, por más que intenté no bajar los brazos. Hablé con amigos buscando tratar de salvar la relación. Incluso consulté a especialistas para ver si el problema era mío o existía realmente algún argumento que frenaba nuestro vínculo. Pero las evidencias se acumulaban y era incapaz de revertir la situación, de alcanzar ese escenario idílico por el que revoloteaba mi cabeza.

Vespa, era gallega

Y un día se acabó. El vaso rebosó. Tiré la toalla después de rebajar mis expectativas, manchar mis manos y asumir mis limitaciones. No había forma ni arreglo posible. Llamé al amigo que me ofreció su complicidad en el inicio y le conté el funesto final de nuestra relación. Insistió en que no tirase la toalla. Era cuestión de encontrarle el punto, de ponerme en el lugar de ella y descifrar su imbrincada situación. Le hice caso e insistí por un tiempo, pero fue un esfuerzo baldío. Después de un año devolví a mi amigo aquella Vespa verde botella con matrícula de Lugo que me había descubierto en un garaje perdido con apenas un centenar de kilómetros. Perfectamente conservada exteriormente, la inactividad la había castigado por dentro. Conductos podridos, canales gripados, problemas continuos…

Fue un vía crucis de averías que fueron minando mi paciencia, por más que mi entusiasmo reseteaba una y otra vez la situación cada vez que salía del taller. «No era para mí», concluí ceremoniosamente ante una cerveza junto a mi amigo el día que le devolví las llaves, tras casi doce meses de querer y no poder.

Era gallega, vespaEl olor a gasolina, el sonido tras cada cambio de marchas, su belleza clásica… Me dolió mucho romper con ella y admitir que no cumpliría el sueño de mi vida. No al menos en esta ocasión. Poco después me hice con una Vespa 125 automática con la que había tenido relación tiempo atrás. Más pragmática, más cómoda, pero mucho menos glamurosa y exuberante que aquella gallega el 94. Fue mi primera gran decepción, al menos la que más me dolió por ser un sueño de mi niñez. No habría más Vacaciones en Roma, no emularía a Nanni Moretti con mi Vespa y mi barba. Aún de vez en cuando pienso en ella y miro con deseo a otras cuando pasan cerca de mi.

 

Quizás algún día, quién sabe, me tome la revancha. Fracasé, sí. Pero aquellos kilómetros que disfruté con ella inocularon en mi un veneno con olor a gasolina que sigue revolucionándome.

 

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Fermín De la Calle

Desde hace 20 años, trabajando en diario AS como jefe de sección de fútbol y polideportivo, en Canal + como comentarista de Rugby, y actualmente en Eurosport TV. Colaboro con el suplemento Papel de El Mundo, Esquire y con GQ. Socio fundador de las webs deportivas “A la Contra” y “Desde la línea de 22”.

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